18 de diciembre de 2015

Au revoir

Me fui sin despedirme de ti, sin darnos la oportunidad de decirnos "adiós", tal vez para siempre. Fue una especie de venganza, por todo lo que me habías hecho; sin pensar todo lo que habías hecho por mí. Desde el momento en que mi pie tocó el andén en la estación de mi nuevo destino, me arrepentí de haberte dejado. Te abandoné estando enfadada y, cuando quise darme cuenta de la inminente despedida, ya era demasiado tarde para recorrer tu anatomía una última vez.

Hoy hace un año que nos separamos. Desde entonces, los furtivos reencuentros me han sabido a poco: caricias insípidas, un pobre reflejo de las largas horas que pasamos a solas, frente a frente; yo descubriendo cada rincón de tu figura, tú revelándome algunos secretos. Ambas sabemos que ya nada es lo mismo. Desde mi partida yo he lamentado tu pérdida, pero tú has sufrido muchas más. Lloré al conocer tu desgracia y quise estar allí para consolarte; pero tus cimientos han aguantado los embistes de la historia y, una vez más, te alzaste hermosa en tu duelo.

Fui yo quien te dejó y, sin embargo, eres tú quien ya me ha olvidado. No te culpo, forma parte de tu naturaleza: conquistas los corazones de quienes te rondan, asegurándote de que jamás te olviden, por muy grande que sea la distancia.

Nuestra historia es la de un amor imposible, el "ni contigo, ni sin ti". Condenada a quererte tanto como te odié. Hoy, desde la distancia, no te guardo rencor y te pienso a menudo. Y tanto, tanto te extraño, que he pasado los últimos meses a recordarte, obligándome a visualizar todas las partes de ti que me dejaste conocer; obligándome a no olvidarte ni un ápice.

Hoy, con el recuerdo difuso de tus calles en mi memoria, con la pena de haberme alejado, a sabiendas de haber hecho lo correcto... Hoy, por fin te digo "adiós". O, si me apuras, "hasta pronto".

6 de agosto de 2015

Cómo tomar el micro

La ley del viajero (y la de Darwin) dicta algo así como "adaptarse o morir".
Adaptarse al lugar donde has aterrizado mejora con creces tu estancia: no solo te sientes menos extranjero sino que además el proceso de comprensión del país y su cultura es mucho más rápido. La mayor parte de las veces, adaptarse no es una cuestión vital, claro. En otras ocasiones, sí. ¿Cuándo? Así de primeras se me ocurre, por ejemplo: cuando estás falto de oxígeno (literalmente) y no tienes fuerzas para dar un paso más (aún menos para andar un par de horas hasta tu albergue). 

Está decidido, es hora de tomar el micro. Has visto hacerlo a los bolivianos durante todo el día. Pero primero debería aclarar qué es un micro y especificar que cuando hablo de "micro" también me referiré a los "truffis" o "minis", que funcionan igual (solo que son más abundantes y un poco más caros).

Micros (segunda foto vista aquí)
Minis o Truffis: nunca llegué a saber la diferencia
(fotos vistas aquí y aquí)
Para ti los carteles en las lunas de esos autobuses son tan inútiles como coloridos: deduces que indican el lugar a donde llevan, pero... ¿qué lugares son esos? Misterio.
Preguntas al primer transeúnte que te cruzas qué cartel corresponde a algún lugar que no te deje muy lejos de la iglesia San Francisco (al menos te has quedado con la copla de un sitio cercano y muy conocido). "Tienen que tomar un micro que los lleve a Pérez".

Siguiente paso: acercarse a la calzada lo máximo posible y estar atentos a los micros venideros. No es fácil distinguir los nombres de los carteles en la lejanía cuando eres miope... y no puedes evitar pensar en cómo harán los ciegos o abuelit@s cuya vista no les permita tomar el micro que necesitan. Pero en La Paz han pensado en todo y a menudo hay un acompañante del conductor que va "gritando" los nombres de los carteles. (Sí, digo "gritando" porque a veces ni yo misma, estando dentro del micro, oía ni distinguía qué decían... Pero los bolivianos deben tener un oído muy agudo porque no necesitan gritar para hacerse escuchar a pesar de los incesantes pitidos, el ruido del tráfico o los otros gritos de los vendedores ambulantes).

Al fin, un micro con el cartel que corresponde a tu destino se acerca. Entonces, hay que acercarse aún más a la calzada (incluso estar en la calzada misma) y hacer señas para que pare. Si le queda sitio, se apeará dos segundos: date prisa en subir porque al resto de vehículos y de pasajeros no les gusta esperar. Una vez hayas puesto un pie dentro, empezará a arrancar (a menos que te vea tan novata, perdida y cargada con una mochila 3 veces mayor que tú y se apiade de ti). Como buenamente puedas, sobre todo si vas tan cargado como una abuelita boliviana, debes dirigirte al asiento libre del micro. Esto parece fácil pero no lo es. Imaginad el contexto: una furgonetilla repleta de pasajeros, un vehículo que frena y acelera sin compasión, un espacio reducidísimo para moverte... Mi consejo: antes de tomar un micro con el mochilón al hombro, tomadlo "sin nada", para ir acostumbrándoos.

Los minutos que dure tu trayecto puedes dedicarlos a contemplar la ciudad, las decoraciones internas del propio micro (de verdad, son dignas de admirar; las hay de todo tipo y colores, pero de seguro habrá una o varias en que se alabe a Dios o a Jesús con inscripciones como "Cristo te ama" en el más sobrio de los casos), o a rezar por no sufrir un accidente y por que el micro sea capaz de arrancar en esa cuesta tan empinada (de nuevo, imaginad: una furgoneta que tiene más años que vosotros, atiborrada de gente... y una cuesta pronunciadísima en la que os ha tocado parar por el atasco que hay; yo no las tenía todas conmigo de que aquello se fuera a mover hacia delante...). Aquí aprovecho para hacer un inciso y mostrar mi completo respeto y admiración por los conductores bolivianos. Francamente, B-R-A-V-O.


Cuando llegas a tu destino, un simple "me bajo aquí, por favor", o un escueto "pare" serán suficientes para que el conductor (que va por el carril de la izquierda en esos momentos) se eche a la derecha (da igual, los otros vehículos ya se apartarán...) en cuestión de segundos y te deje ahí. Le pagas tu boliviano y medio y... ¡lo conseguiste! Has tomado un micro tú solita y has sabido dónde bajar. Te sientes como si hubieras logrado una hazaña digna de entrar en los anales de la ciudad de La Paz, pero te conformas con contarlo en tu blog. Piensas: "¡Esta ciudad ya no tiene secretos para mí! Si he podido con esto, puedo con todo..." y convencida de que nunca más tendrás problema en tomar un micro, te vas a tu albergue porque, reconócelo, el meneo del vehículo te ha dejado la cabeza aún peor... Maldito soroche.



ALGUNOS CONSEJILLOS:

- Algunos carteles de referencia para el viajero pueden ser: PÉREZ (zona de iglesia san Francisco), TERMINAL (terminal principal de autobuses), CEMENTERIO (no creo que necesite explicar a dónde lleva), FÁTIMA (la tercera y más alejada estación de buses; mejor NO vayas andando), CEJA (la forma más conocida para llegar a El Alto y su Mercado del 16 de Julio), MURILLO (donde está la catedral).
- A veces, para llegar a un mismo destino utilizan nombres y carteles distintos porque no pasan por los mismos lugares. Mejor conocer el abanico de direcciones a las que os podéis dirigir y no limitaros a una sola.
- No confundáis un cartel con una parte de la ciudad... Podéis acabar en el sur de la ciudad pensando que estáis en MIRAFLORES.
- No vayáis con el tiempo muy justo. El viaje en micro/mini/truffi está sujeto a probables atascos.
- El precio del pasaje puede ser más elevado cuanto más lejos os lleve: por ejemplo subir a El Alto o bajar al sur os costará más de 1,5 BOL.

27 de mayo de 2015

La Paz: despacito y con calma

... Porque no hay otra manera de tomarse esta ciudad.


Llegas al aeropuerto y, nada más salir al exterior, piensas que debe ser una broma: esto está en un descampado de tierra. No hay párking, ni carriles asfaltados, ni puerta de llegadas o salidas... Nada que te haga pensar que estás en un aeropuerto internacional. Te diriges hacia tu taxi esquivando los perros callejeros y preguntándote si no serán peligrosos... (has leído por ahí algún caso de mordedura). Y te subes al coche, nerviosa y feliz: ya estás aquí.

Claro que, has llegado viva pero no sabes si regresarás de la misma manera... Te agarras al reposabrazos de la puerta y pones muecas de dolor prediciendo el choque inminente con los otros vehículos. ¡Tampoco en la ciudad parece haber carriles! Pero aquí, ¿quién tiene la prioridad? Inmediatamente conoces la respuesta: el más fuerte. El ruido por los incesantes pitidos, los escasos milímetros que te separan de todos los demás coches y una increíble y gran cantidad de gente andando por mitad de lo que parece es la calzada te hace reír. "Esto es una locura", piensas divertida, y si ellos viven así debe ser que funciona... 

Y entonces la ves, postrada a tus pies y mostrándose en toda su inmensidad, como diciendo "atrévete a explorarme entera". Colinas y colinas de ladrillo, una manta de viviendas sin terminar que se despliega hasta donde alcanza la vista, e incluso más allá. La Paz es una visión especial... no bonita, no fea... pero única, y consigue dejarte asombrada. Bajas a toda velocidad de El Alto, deseando que el taxista se pare a cada instante para guardar la imagen en tu retina y tu cámara. "Ni en una semana tendríamos tiempo para visitar esta ciudad..." piensas cada vez que una curva te hace descubrir una nueva cuenca atiborrada de casas.

                      

Pero tú eres más chula que un ocho y, botella de agua en mano (has leído que hay que hidratarse mucho...) y cámara en mochila (has leído que por aquí roban mucho...), te adentras en el centro de la ciudad con todas tus ganas. Hasta que te da el chungo.
Creías que no te pasaría. Al aterrizar no has sentido ningún efecto, pensabas que tenías suerte y que eras más dura de roer de lo que parecías. No, el mal de altura no te había afectado en absoluto y no podías creer tu suerte. Y, entonces, la ciudad te pone en tu sitio. 

Te has confiado, no lo has hecho a propósito. No has andado más rápido que de costumbre, de hecho has ralentizado tu paso habitual para evitar cualquier efecto adverso. Pero no ha sido suficiente. Doscientos metros después de haber comenzado la subida, te paras en seco: ¿de verdad estás en tan baja forma? Ya te has cansado como si hubieras corrido 10km. ¿Será esto el mal de altura? ¿o quiere decir que tienes que retomar el deporte? Decides ralentizar aún más el paso. No hay dolor, hemos venido aquí para ver... todo lo que... podamos y... conocer... la... cult...
¡Bienvenido a La Paz! Parece que la oyes hasta reírse: "Aaaah, incauto. ¿No querías conocerme? Pues te presento a mis mejores amigas: las cuestas más empinadas que has de ver en tu vida. Y si ahora te atreves... ven a por mí". Pero tú, en lugar de amedrentarte, levantas la barbilla, sacas pecho, bebes agua... y aceptas el reto.




Ves la plaza y la iglesia de San Francisco, subes por la calle Sagárnaga, pasas Murillo y te adentras en la calle Linares. "Anda, ¡el museo de la coca está aquí! Mañana vendremos, hoy toma de contacto con la ciudad". Por supuesto, mañana habrá tantas otras cosas que ver, que no irás al museo. Sigues por Linares, en la que hay un mercado enorme. "Esta calle debe ser la zona del mercado". Já, ignorante... Continúas eligiendo con tu compañero si a cada intersección vais a derecha, izquierda o todo recto, dependiendo de la opción que os parezca más bonita y, para qué mentirnos, en algunos casos menos empinada. Y entonces desembocas en un mercado de frutas y verduras enooooorme. Todas las señoras van vestidas tradicionalmente, aposentadas en su puesto con todos sus artículos rodeándolas, como si fueran las reinas de un pequeño reino de colores; y, al fondo, una colina con un mar de casas. Una visión en su conjunto increíble... Si esto no es representativo de La Paz, que vengan y me aspen ahora mismo. Por supuesto, no hay imágenes que lo corroboren... ninguna señora me dejó sacar fotos. Tendréis que imaginároslo. O, mejor aún, ir a verlo.

Quieres comprar todo lo extraño que ves, pero claro, has leído que por aquí se puede uno poner malo si compra comida en la calle... Y te quedas con las ganas. Sigues subiendo hasta que suena una alarmita en tu cabeza: cuidado, ya estás muy lejos del centro... no te pierdas. Hora de volver a territorio conocido, pues ningún transeúnte parece saber cómo se llama la plaza en la que estás (o, al menos, no la conocen con el mismo nombre del mapa). Cuando te ubicas te das cuenta de que estás no lejos, no... cerquísima. Pero ¿¡cómo es posible!? Si hemos andado durante horas... Claro, pero a paso de tortuga. Dos calles después vuelves a estar en "el centro" (aunque nunca saliste de él).

Como es el primer día, pecas de turista en muchos momentos. A la hora de comer, cuando más. Hoy tomaré... arroz con carne de llama y un mate de coca, a ver si este dolor de cabeza se me pasa. Arroz: buena opción. Mate de coca: buena opción (sí quita el dolor de cabeza, pero como eres novata y, por ende, pringada, lo bebes antes de que las hojas hayan sacado el jugo; y encima le echas azúcar, que al parecer mina los efectos...). Carne de llama: no tan buena opción (es dura y seca... aunque muy sana, claro). Haber bebido tanta agua durante el día también tiene sus consecuencias, claro... Aprovechando que estás en un bar, vas al baño. Haces tus cosas y... ¡oh, sorpresa! Aquí hay un cartel que dice "no tirar el papel higiénico al WC, tirarlo a la basura". Esto... um, bueno, vale. Y entonces entiendes por qué tu amigo mexicano tiraba el papel higiénico a la basura cuando estábais en Inglaterra (pero esa historia para otro día).

Ahora que has probado el mate de coca, estás decidida a mascar hojas de coca para evitar el dolor de cabeza y aturdimiento que llevas encima. Paseas por otro mercado (vaya, parece que aquí hay muchos mercados...) y te paras en seco: ¡¿qué es eso?! ¿Bebés llama? En efecto, mi querido Watson: fetos de llama colgados. El vendedor te explica que se utilizan para traer buena suerte a un hogar: mientras se está construyendo la casa, el feto se incinera y se entierra en los cimientos. Y si quieres atraer la buena suerte en el amor, la fertilidad, el trabajo... también hay todo un sinfín de amuletos a disposición. Estás en el Mercado de Hechicería: hierbas y remedios folclóricos a tutiplén. De momento, tú te conformas con una bolsa de hojas de coca.

Ya tienes tu medicina y, aunque no sabes aún cómo tomarla... te vas andando (por supuesto) en busca del telesilla: quieres subir a lo más alto para contemplar las vistas tranquilamente. De perdidos al río: subir 400 metros más no va a suponer gran impacto para tu cabeza ya dolorida. Sin embargo, algo te dice que basta por hoy... es hora de volver al albergue y tomar otro mate. Estás tan lejos y, sobre todo, tan aturdida, que solo queda una opción factible: regresar en micro (porque si lo haces a pie... no lo cuentas). Milagrosamente, llegas al albergue y no podrías sentirte más orgullosa: has dado tu primer paso en la integración cultural. Tomar un micro por primera vez es una experiencia religiosa que merece una detallada guía de indicaciones.

Después de tu segundo mate y una cena ligerita, te vas a la cama. Tienes la impresión de estar sufriendo la peor resaca de tu vida: tu cerebro se ha hinchado y da tumbos por tu cráneo. Está decidido: mañana cambiamos el modus operandi. A Dios pones por testigo que no te desplazarás a menos que sea en micro. Subirás al Mercado 16 de Julio, donde se puede encontrar a-b-s-o-l-u-t-a-m-e-n-t-e de todo, hablarás con un viajero chileno que te abrirá la mente y dejarás de desconfiar de todo, visitarás el "parque de los enamorados", la calle Jaén, la catedral ... Por supuesto, seguirás aturdida, pero no tanto: ahora sabes que en el transporte está la solución.

Reconfortada por este descubrimiento, te metes en la cama. Fetos de llama... casas a medio construir... empinadas cuestas... expertos conductores en una jungla de pitidos... Has pasado el día atolondrada en medio de tanta locura. Cuando cierras los ojos te preguntas si ha sido real... ¿o has estado viviendo una ensoñación?


14 de marzo de 2015

¿Hay algún artista en la isla?

¿Qué sabemos de Irlanda? Que los irlandeses son muy simpáticos, que beben mucha cerveza, que la Guinness proviene de ahí, que la isla está "dividida" en dos, que hay muchas leyendas, que tiene paisajes muy bonitos y que siempre hace mal tiempo, ¿verdad? Pero a ver, ¿es que no os han enseñado a no dejaros llevar por los clichés? Con vosotros no se puede ir a ninguna parte... ¿Cuántas veces os han dicho que no se debe viajar con ideas preconcebidas? Vamos a tener que ir eliminándolas una por una:
"Aquí no hay extraños,
solo amigos que aún no se conocen"

"Que los irlandeses son muy simpáticos". Bueno, vale, esta la dejamos pasar porque... porque... pues porque justo esta es cierta. Claro que maleducados, bordes y personas con el día torcido nos las encontramos en cualquier parte, pero en general los irlandeses tienen fama de ser súper majos. ¿Por qué? Pues porque lo son y se la han ganado. Nada de la alegría y la buena acogida por parte de los habitantes del sur de Europa... ¡en Irlanda te harán sentir más que bienvenido!

"Que beben mucha cerveza". Esto... um, esto también es cierto... Pero ¡que conste que los clichés son estúpidos y no aportan nada a la sociedad! Mi corta experiencia en Irlanda no me permitió ahondar en mis estudios de por qué es tan popular esta bebida... pero imagino que tendrán razones más o menos parecidas a las belgas (que conozco un poco mejor): allá donde se fabrica cerveza, se bebe cerveza. Y punto. No obstante, sigue siendo todo un espectáculo contemplar el deporte nacional y hasta puede convertirse en un juego si no sabes con qué entretenerte en un bar: "te apuesto una birra a que ese se bebe 10 pintas", "pues yo apuesto a que se bebe 13". Eso sí, debo admitir que admiro la determinación por beber cerveza cuando fuera hay -7º... aunque supongo que por eso se beben varias: para calentarse bien rápido.

"Que tiene paisajes muy bonitos". Aaaah, ¡por fin os he pillao! Pues dependerá de cada visitante... Si a ti solo y únicamente te gustan las playas de arena blanca y mar turquesa, o solo te gustan los desiertos del Sáhara y Atacama... pues no, obviamente Irlanda no tiene paisajes bonitos. Pero si eres un ser humano que aprecia todo tipo de belleza... entonces me temo que sí, aquí se cumple otro cliché: tienen paisajes para cortar el hipo.

"Que siempre hace mal tiempo". Esto debe ser verdad y lo creo a pies juntillas. ¿Por qué? Porque aunque durante mi breve estancia hizo sol y el cielo estuvo azul... sé que los planetas se alinean a menudo para que los habitantes de estos países norteños pasen por embusteros ante sus visitas. Puede nevar un día y parecer que llega el fin del mundo, pero si al día siguiente te vienen a visitar tus primas... entonces saldrá el sol.


Así que, queridos lectores, como habéis podido comprobar, los clichés no aportan nada. No reflejan la realidad de un país y no muestran... ¿Qué? ¿¡Cómo que no habéis aprendido nada conmigo ni con este post!? ¿¡Cómo que solo he reafirmado los clichés ya existentes!? ¡Será posible...! Pues ala, para que os vayáis bien contentos, ahí os dejo con otro cliché para la posteridad:

"Que los irlandeses son unos artistas". Por si no fueran suficientes todos los grandes de la literatura (Oscar Wilde, James Joyce, Jonathan Swift, Samuel Beckett, George Bernard Shaw, Bram Stoker... ¿sigo?), todos los grandes de la música (Rory Gallagher, U2, Enya, Van Morrison, Sinead O´Connor, The Corrs...), y todos los grandes y guaperas del cine (Liam Neeson, Pierce Brosnan, Colin Farrell, Jonathan Rhys-Meyers...) que representan Irlanda a nivel mundial, resulta que Irlanda escupe artistas por todas partes.

Vas andando por Dublín y en cada esquina hay un grupo o músico que te deja anonadado. Tú vas pensando "joer qué frío hace en este país..." y te das de bruces con una banda que ni siente ni padece y que está dando un concierto que merecería llenar estadios... Das una vuelta por Trinity College y no muy lejos hay un escritor "autopromocionándose" aunque a simple vista te pareció un mendigo... y cruzas el río Liffey para encontrarte con un abuelillo tocando la guitarra. Por la noche vas a cenar y, después de disfrutar de unos bailes típicos en el pub más alto del país, una niñita sale del público y pide a los músicos que paren de tocar que ella va a cantar. Y ahí te quedas de piedra porque con esa cara angelical, rubita y delgada, la niña saca una voz tan potente que te pone los pelos de punta. Y después, se pone a bailar también. ¡Claro que sí! Y, por si fuera poco, en cada pub, en cada restaurante, en cada bar... también podrás disfrutar de una buena sesión de música en directo (mis favoritos fueron estos).

¿De dónde sacarán la inspiración estos irlandeses? ¿Será la cerveza, será el mal tiempo, serán los paisajes, serán las leyendas... o todo junto? Lo que está claro es que crecer en un país con tanta cultura musical y literaria, y donde la imaginación está presente en cada historia... pasa factura (pero de la buena).

5 de marzo de 2015

Teruel, ciudad del amor

En un lugar de Aragón, de cuyo nombre no quiero olvidarme, ha mucho tiempo que vivían unos enamorados. Isabel se llamaba ella, y Diego él. La historia es ampliamente conocida por las gentes de esos lares. Diego, segundo de una familia no pudiente, no recibió la bendición del padre de Isabel, quien quería casarla con un señor de su condición y alcurnia. Para poder estar con ella, Diego debió partir al frente y allí hacer fortuna. Durante 5 años Isabel prometió esperarlo. Pero su padre, que satisfecho no estaría de tal enlace, la casa con Don Pedro de Azagra, afirmando que Diego de Marcilla ha muerto en la guerra. Isabel, que debe obediencia a su padre, se casa un día antes de que el plazo venza. Un día después de la boda, cuando se cumplen los cinco años que Diego pidió para hacer fortuna, este último llega a la ciudad, donde lo reciben las peores noticias que habría podido escuchar: Isabel de Segura, su amada, se ha casado con otro. Abatido, acude a su encuentro y le pide un único beso, cuyo recuerdo le bastará para encontrar un motivo para vivir. Isabel, que es dama obediente y fiel, que ahora se debe a su marido, se lo niega, y Diego cae muerto de pena. Al día siguiente se celebra el funeral de Don Diego, a cuyo féretro se acerca una mujer vestida de negro con el rostro cubierto por un velo. Es Isabel de Segura, que ha venido a darle el beso que le debía y, de amor, cae muerta. Don Pedro, su marido, comprendiendo la tragedia, ordena que los entierren juntos, como marido y esposa, que es lo que debieron ser en vida.


Muchos siglos han pasado desde tan trágica historia, pero los habitantes de Teruel rinden homenaje a estos amantes, que ahora yacen uno junto a otro para toda la eternidad; y cada mes de febrero la ciudad recrea el ambiente de la época para celebrar los festejos. Dichas festividades se desarrollan durante tres días, marcados por tres escenas principales: la boda de Isabel de Segura con Don Pedro de Azagra; la llegada de Don Diego, su reencuentro con Isabel y la petición del beso, cuya negativa provoca su muerte; y, por último, el funeral de Diego y la muerte de Isabel. Para concluir, un discurso desde el balcón de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, donde el pregonero relata de nuevo la historia y pide al público que dé un beso a su enamorad@, rindiendo así homenaje a estos amantes. Y así, el pueblo entero revive este amor de leyenda.

Teruel, ciudad romántica y mudéjar, se viste de época medieval y sus calles rebosan vida y alegría. En cada rincón se esconde algo que visitar: un mercadillo, un teatro de juglares o romanceros, una exhibición de aves rapaces, una demostración de danzas, un torneo medieval o incluso echadores de cartas. Perderse es complicado en este pequeño emplazamiento, pero el viajero se sentirá agradecido de poder pasear por sus callejuelas descubriendo toda la magia que esconden los edificios que lo rodean. Actividades habrá para todos los gustos, desde el toro nupcial (un ritual de fertilidad que consiste en pasear un toro por la plaza principal para que la nueva esposa conciba muchos retoños) hasta un torneo real en el que el rey luchará contra sus enemigos. El despliegue de mercadillos y puestos de comida ocupa gran parte de la ciudad, e incluso los oficios tienen cabida en esta festividad: quien lo deseé podrá acercarse al puesto de los herreros o esquiladores para ver cómo trabajan, e incluso los astrónomos prestarán a quien lo solicite su telescopio y conocimientos de las lejanas estrellas. Visita obligada es también el mausoleo de los amantes, donde yacen los enamorados con las manos casi entrelazadas pero sin llegar a rozarse. 

Hoy en día, el siglo XIII se mezcla con las tecnologías de nuestra era, dejando al visitante divertidas imágenes: un soldado templario que habla por el móvil, unas doncellas que llevan gafas e incluso unos caballeros haciéndose un selfie. Aquellos que no lo organicen con tiempo suficiente pueden encontrarse con los hoteles y albergues llenos, pues numerosos son los turistas que acuden a ver las representaciones. Todos los que ya han visitado la ciudad en estos días saben que les esperan largas horas de pie, aguardando que la función comience, si quieren conseguir buen sitio para verla. Las inclemencias del tiempo muchas veces no ayudan, por lo que es conveniente llevar suficiente ropa de abrigo.

Pero a pesar del frío, la masificación de gente y el olor a asado que inundan los rincones, esta celebración bien merece ser vista al menos una vez en la vida. No solo por el espectáculo de contemplar una ciudad entera participando en el "teatro", ni por sus construcciones mudéjares, como las torres y la catedral, que bien merecen una visita más detallada. No, esta celebración merece ser vista por la emoción que desata en cada uno de los espectadores; cuando ni grandes ni pequeños, ni hombres ni mujeres, pueden evitar emocionarse ante la negativa de un beso que ha sido esperado toda la vida.
Foto vista aquí

16 de enero de 2015

Marsella, sus alrededores... y la huelga del jabón

Puede que ya haya mencionado de pasada en el blog que el verano parisino es muy inestable (tanto, que a veces ni hay). Es por esto que los habitantes de la capital huyen en agosto hacia tierras más cálidas (digo yo). Como resultado tenemos un mes de agosto desierto: muchísimos comercios cerrados, las calles vacías, el metro con asientos libres, autobuses con menos frecuencia... Vamos, que da gusto estar en París, sin atascos, ni gente estresada, etc., sobre todo la semana alrededor del 15 de agosto, ya que muchos utilizan esta fiesta para coger puente. Este año, sin embargo, me uní a la moda del puente del 15 de agosto. Sin pensar en las consecuencias, claro está.

Hartos de ver pasar los días de verano sin poder utilizar las sandalias, nos cogimos un tren que nos llevara a Marsella. Allí habíamos reservado un Bed&Breakfast para la primera noche. Al día siguiente, cómo no, nos iríamos a recorrer la costa un poco a lo loco. ¿Quién necesita organizar un viaje cuando lleva una tienda de campaña y ha alquilado un coche? Pues la primera en la frente: las agencias pedían un ojo de la cara por alquilar durante 3 días... Lo bueno es que fue así como descubrimos el alquiler a particulares. Esta opción nos salió mucho más barata, pero como lo reservamos todo a última hora, apenas quedaban coches libres... ¡¿Qué hacemos?! Pues solicitar todos los coches y el primero que nos responda, lo aceptamos. Fue así que alquilamos una furgoneta de mudanzas. Ideal para una escapadita de fin de semana romántico.

Una vez conseguimos transporte para movernos a nuestras anchas por allí, descartamos la idea de reservar hoteles/albergues o sucedáneos: nos sale mejor de precio comprar una tienda de campaña e ir de cámping. Dicho y hecho. Tienda de campaña y mochilas en mano, nos subimos al tren. Previmos un montón de artefactos útiles en caso de no encontrar cámpings: gel desintoxicador para las manos (por si no podemos lavárnoslas antes de comer o después de hacer pipí), sacos de dormir (por supuesto, nos olvidamos de las esterillas), gran cantidad de botellas de agua (para beber y asearnos, en caso necesario), rollos de papel higiénico en abundancia (por si la necesidad aprieta lejos de la civilización), etcétera.

Llegamos a Marsella. Magnífico Bed&Breakfast y paseíto por el paseo marítimo acompañados de nuestras chaquetas (¿quién nos dijo que en el sur hacía calor?). Vimos la catedral y rodeamos el puerto. Al día siguiente fuimos a recoger nuestra furgo, que fue el origen de grandes momentos de risa (imaginaos el panorama... eso sí, detrás nos cabía todo, ¡menudo maletero!), y después decidimos visitar la basílica de Notre-Dame de la Garde. Lo mejor de subir hasta ahí, además de la basílica en sí misma, son las vistas. Al bajar, nos pusimos rumbo a las calanques (o calas) para disfrutar de un poquito de playa.

Vista de Marsella desde las alturas de la basílica de Notre-Dame
Si tenéis pensado ir al sur de Francia, las calanques son un lugar que no os podéis perder, claro. Son calas repartidas por la costa azul, cuyo contraste blanco (por las rocas) - azul (por el mar) me pareció precioso. Algunas son de fácil acceso (las más turísticas) y para otras es necesario andar un poquito (o a veces un muchito). No recuerdo el nombre de aquellas en las que estuvimos (da un poco igual, son todas muy chulas), pero sí os puedo aconsejar tener cuidado si vais a hacer pis por los montes de al lado... (esta historia la contaré otro día, no es apta para niños). Estuvimos en una de estas calas hasta entrada la tarde. El agua invitaba a bañarse pero su temperatura no, por lo que preferimos tomar el sol en las rocas. Nuestro plan de visitar otras calas se fue apagando a la velocidad de la puesta de sol: había que encontrar un lugar para dormir antes de que eso ocurriera. Así que pusimos rumbo a Cassis, un pueblo muy bonito donde al día siguiente podríamos disfrutar de más calas. Conforme el reloj avanzaba, la tranquilidad de las vacaciones iba siendo remplazada por el nerviosismo de dónde caernos muertos. Menos mal que en el pueblo había un cámpig...

...Lleno, por supuesto. Claro, ¿quién necesita organizar un viaje cuando lleva una tienda de campaña y ha alquilado un coche? Pues todo el mundo si la fecha gira en torno al 15 de agosto. Oh, oh. Así que nada, ¡a la aventura! Por suerte encontramos un campo de olivos frente a unas viviendas, junto a la carretera pero oculto por arbustos. ¡Perfecto lugar para pernoctar! Como buenos campistas, preguntamos a los vecinos de las casas si podíamos acampar en su campo, que resulta que no era suyo pero nos dijeron que no nos preocupáramos, que no llamarían a la policía. Terminamos de montar la tienda justo antes de que cayera la noche, y para entonces unos alemanes se habían unido a nuestro campamento. Lo malo de acampar fuera de un cámping es que no puedes irte y dejar la tienda ahí abandonada, así que en lugar de un paseo nocturno por el pueblo, nos fuimos a dormir pronto (yo haciendo como si no supiera que había arañas saltadoras en los arbustos de al lado...). Oh, oh: nos habíamos olvidado las esterillas, y la tierra estaba tan dura que hasta había formado piedras de tierra... No hay dolor, somos jóvenes. Oh, oh: también nos habíamos olvidado... la linterna. Los vecinos han sido tan majos antes... ¿Y si les pedimos una linterna? Volvimos a llamar a su puerta y, sin ninguna vergüenza (bueno sí, mucha, ¿pero qué opción teníamos?) pedimos una linterna que muy amablemente nos prestaron.

Cuando amanecimos a la mañana siguiente los alemanes ya se habían ido, y es que a quien madruga... no lo achicharra el sol. Tras una noche de frío (por haber olvidado las esterillas), dolor de espalda (por lo mismo) y calor infernal (porque el sol llevaba en pie desde las 5 a.m.) nada nos podría haber reconfortado tanto como una buena ducha... que no pudimos darnos. ¿Qué más da? Nos bañamos luego en el mar. Visitamos el pueblo, que es bastante chulo, y descansamos al sol en una calanque preciosa (sí, habéis leído bien: "descansamos", el agua no estaba como para bañarse...). El viaje continuaba rumbo a La Ciotat, que también me encantó. Nos "perdimos" por sus calles disfrutando del calorcito y el sol. Entre ambos pueblos hay una ruta que no pudimos hacer por exceso de viento, pero aun por la carretera menos bonita, los paisajes fueron increíbles.

                       

La Ciotat se parecía a Cassis (pueblo mediterráneo, colores marrones y amarillos, sol, vacaciones...) sobre todo por una cosa: la historia se repetía, los cámpings estaban llenos. El problema es que esta vez no encontramos ningún lugar escondido donde instalarnos. Puesto que teníamos aún bastante tiempo, continuamos hasta el siguiente pueblo, esperando encontrar allí un lugar donde pasar la noche. Saint-Cyr-sur-Mer, además de ser un pueblo demasiado turístico, también tenía un cámping (completo). La buena noticia es que sí encontramos un lugar donde acampar, pero por estar un poco más aparente que el de la noche anterior, decidimos esperar a que se hiciera de noche para montar el chiringuito (total, ya lo habíamos hecho una vez, y además con muy buenos resultados). [Inciso: la verdad es que también habíamos encontrado un campamento de gitanos nómadas con sus furgones pero nos pareció mal acoplarnos. Aunque cada vez que volvíamos a pasar junto a ellos se convertía en una opción más atractiva. Fin del inciso]. Nos engalanamos (aquella noche estábamos de celebración), o al menos todo lo que se pueden engalanar dos personas que no se han duchado en día y medio y tienen sus pertenencias en mochilas en el maletero de una furgoneta de trabajo, y salimos a pasear y cenar por el centro. Por supuesto, a la hora de ir a dormir, no teníamos fuerzas para montar la tienda...

Así que aparcamos el coche en una colina, junto a unas casas muy monas. ¿Para qué montar la tienda si en este enorme maletero caben 2 personas? Pues porque el maletero tenía unas protuberancias que imposibilitaban pasar la noche... ¡A los asientos delanteros se ha dicho! Un par de toallas colgadas para que no se nos vea a través del parabrisas y las ventanas... se reclinan un poco los asientos (poco, porque no daban más de sí)... unos malabarismos para hacer pipí antes de dormir que tuvieron fatales consecuencias para mi pantalón "de gala"... (una vez te instalas y has visto a un zorro en el bosque de enfrente, prefieres no ir muy lejos...), unas risotadas y unos rezos para no morir ahogados durante la noche por el mal olor... (dos días sin duchar) ¡Y a dormir!







¿Se duerme bien en un coche? Bueno... ¿Pasamos tanto frío como la noche anterior? No. ¿Nos dolió la espalda como la noche anterior? Sí. Pero ya estábamos listos para retomar la ruta, porque no nos habíamos puesto ni el pijama. Cansados de ese mar que invitaba a pasar el día a remojo pero que te cortaba la circulación en cuanto metías el dedo gordo del pie, preferimos ir a visitar los pueblos del interior. Ale, ¡carretera y manta! Así es como descubrimos La Cadière-d'Azur, que ¡me encantó!, y Le Castellet, que también me encantó pero un poquito menos que el anterior. La Cadière es un pueblo precioso y con muchas cuestas. Está fortificado sobre una colina desde la que se puede ver el mar y al principio nos pareció un pueblo bastante grande, pero después descubrimos que era porque habíamos aparcado abajo del todo (en fin...). Le Castellet también es muy bonito y está construido sobre una colina. Esta vez no nos equivocamos en el aparcamiento, porque el acceso al pueblo en coche está prohibido. Tienen un párking para los turistas y, si eres un poco más espabilao y tienes suerte, puedes aparcar en los alrededores gratis. Pero... ya iba siendo hora de volver. Deshicimos el camino de la ida con un pequeño cambio: para ir de La Ciotat a Cassis cogimos la ruta de las Crestas (route des Crêtes), que es la carretera por la que no pudimos ir en un primer momento por exceso de viento. Subía muy alto por curvas a veces bastante cerradas... pero las vistas merecen la pena. Cada pocos metros bajábamos del coche para disfrutar del paisaje, hacernos unas fotos en el que oímos decir era el acantilado más alto de Europa y ver los dos pueblos, uno a cada lado de la montaña.

                         
                                     La Ciotat a un lado...
... y Cassis al otro
Fue un viaje poco higiénico, todo hay que decirlo. Así que por una parte, "menos mal" que estuvimos pocos días... Lo bueno de ir más tiempo es que la zona merece la pena ser recorrida. Eso sí, no vayas para el puente de agosto.

Nota: si se va un poco más al interior, también se puede disfrutar de la visita a numerosos viñedos y aprovechar para hacer una degustación de vino... o para robar un racimo de uvas (y que con un poco de suerte no estén ácidas).

2 de enero de 2015

Año nuevo, viaje nuevo

2014 ha estado lleno de pequeñas escapadas y un gran viaje.
Como con todo, he olvidado en qué momento hice algunos de ellos y seguro que me dejo un par en el tintero... Fruto de semejante don de memoria creé este blog, para acordarme al leerlo de todas las cosas que he tenido la oportunidad de ver.

En 2014 hice un montón de cosas...

Viajé por Francia, descubriendo Metz y sintiéndome como si estuviera en Alemania (la arquitectura es taaaan parecida que no paraba de sorprenderme cuando oía hablar francés y no alemán); Marsella y algunos pueblos de los alrededores en un viaje que se caracterizó por ir de mal en peor en cuanto a comodidad e higiene se refiere; nos fuimos de visita exprés al Monte St Michel, donde nos reímos al oír hablar del estilo arquitectónico gótico normando (venga ya...); y terminamos el año visitando el festival de las luces en Lyon, donde cada día añadía una capa de abrigo a mi indumentaria.

                    

Además, y como cada año, tuve que hacer una visitilla por Alemania, donde conocí la ciudad de Wiesbaden (que se parece a la de Metz :P) y pasé frío hasta para dormir.

También fue un año de suerte y nuevas experiencias: me tocó un viaje a Cuba (increíble pero cierto) y aunque no fue lo que esperaba, hice muchas cosas por primera vez: viajar en primera clase, ver delfines y bucear en un coral (no muy bonito, eso sí), comer langosta, ir a un hotel todo incluido (experiencia que no es para mí...), pasear a la luz de la luna llena por la playa (y no disfrutar porque las sombras me daban mal rollo), coger una estrella de mar y volar en un avión con goteras (y vivir para contarlo).

Pero como he descubierto que tengo depresión post vacacional, nada más volver de este viaje organicé otra escapada a los dos meses. ¿Dónde? Donde haga sol, haya mar y esté al sur... Así que nos fuimos a Croacia, que ha sido el descubrimiento del año (y eso que fuimos al norte, que al parecer es la parte "fea").


Y, puestos a pedir sol, mar y calor hice una escapadita a Mutriku, en el País Vasco. Hizo buen tiempo (supongo) y hasta nos bañamos (y luego nos resfriamos). Me tocó dormir en un saco con olorcillo a queso (eso sí, muy calentito) y sufrir una "noche del terror". Menos mal que comimos abundante y la gente fue de lo más simpática.

Como experiencia "loca" del año, de esas que luego cuentas y quedas como una súper aventurera (aunque en verdad no lo seas), fue el paseo en parapente en Panticosa, en el Pirineo aragonés. La actividad en sí dura poco e incuso es relajante. Las locuras llegaron más tarde ese mismo fin de semana... (la crisis de los 25 es muy dura).

Me parece que ¡eso ha sido todo, amigos!

Ya solo me queda brindar por poder seguir disfrutando de muchos más viajes. Por el momento, ya tengo algunos en la agenda... Irlanda, Teruel (¿¡qué pasa!? Teruel existe), Edimburgo, Alemania (no podía faltar. Pero esta vez nada de pasar frío, ¡iré en verano!), ¿Perú?, ¿Birmania?...
Quién sabe ;-)