27 de junio de 2014

Un viaje... inaudito

Este ha sido, sin duda, el viaje más surrealista de toda mi vida. No aconteció en un lugar remoto ni exótico; no era un plan de alucine; no fui pensando que siempre me acordaría de este viaje. El programa era simple: un grupo de amigas, un coche, un cámping, una semana y la idea de visitar el País Vasco (San Sebastián y algunos pueblitos de la zona) y tal vez las Landas francesas. Vamos, un viaje nada fuera de lo común pero que tienes muchas ganas de hacer por la compañía y la emoción de que es tu primer "road trip". No sabíamos que el viaje se nos iría de las manos. No sabíamos lo que nos deparaban el destino... ni la previsión meteorológica.

Empezamos el viaje: salimos de Zaragoza con destino San Sebastián. Cogemos una carretera nacional porque pasamos de pagar los peajes. Viaje sin incidentes, cantando La Oreja de Van Gogh para ir ambientándonos y rememorar nuestra infancia. Llegamos al cámping y después de montar el tinglao, nos damos cuenta de que nos faltan muchas cosas... camping gas, alguna silla, ¿papel higiénico? no recuerdo si llevamos. Sí recuerdo que los baños nos caían lejísimos... Pasamos un par de días o tres disfrutando del festival de jazz de San Sebastián, y lo único que nos falló fue el tiempo: era verano y hacía bastante fresco... Lo más remarcable (o al menos que yo recuerde) fue pensar que hay gente muy motivada en San Sebastián, haciendo footing a las 6 de la mañana bajo la lluvia y con el frío. Después de pasar el fin de semana, algunas nos tuvieron que abandonar por incompatibilidad laboral. En aquel momento pensamos "ellas se lo pierden", poco después desearíamos habernos ido con ellas...

Comienzan los imprevistos: como en todo viaje, puede pasarte que te llueva o surjan imprevistos. Claro que cuando vas con idea de vacaciones de verano, a la playita y en plan visitar tranquilamente, pues te deja un poco trastocada que no sea como tú quieres. Nos llovió. Nos llovió muchísimo. Y decidimos que cambiábamos el plan original: iríamos a ver pueblecitos de la zona pero elaborando una ruta. Destino: allá donde no llueva. Para eso acudimos a Mutriku, donde teníamos estratégicamente una casa con tele. La encendemos y... previsión meteorológica para la próxima semana en varios kilómetros y comunidades a la redonda: lluvia torrencial. ¡Da igual! Vamos a bajar hacia Vitoria, que como es el "sur" seguro que hace bueno. No, mejor no... ¿en Vitoria qué se puede visitar? Yo prefiero ir de ruta por los pueblos y de cámping donde nos pille. ¿Y si seguimos con el plan original y vamos hacia Francia para ver las Landas? Creo recordar que nos intentaron prevenir: pero si seguís subiendo... aún hará peor tiempo, ¿no? Nosotras no escuchamos, era un planazo: ¡Venga!

Carretera y manta: vamos subiendo, visitamos algún pueblo (¿o fue solo uno?) y la lluvia nos acompaña todo el camino. Los que me lean pueden pensar que somos unas señoritingas y que por 4 gotas no pasa nada. Sí, si eso lo sabemos. Pero aquello era el diluvio universal 2ª parte. Pasamos las Landas, la lluvia arrecia y no sabemos qué hacer. A estas alturas del viaje hemos convertido el coche en nuestra casa, o más bien en nuestra pocilga; la conductora y la copilota vamos como reinas, pero la pobre de atrás apenas tiene sitio para sentarse: todas las cosas que no tuvimos tiempo de meter ordenadamente en el maletero están en los asientos (nevera, abrigos, zapatos, alguna mochila, comida, bebida...).

Empezamos a delirar: madre mía, pero ¿dónde vamos a ir a parar? ¿Y si no paramos? ¡Oye! ¿Y si vamos a Futuroscope? ¡Jajajaja! Paramos en una gasolinera y vemos un mapa de Francia que nos pone los pies en la tierra: Futuroscope está en el quinto pino y pronto se hará de noche.

Nuevo plan: pararnos donde creamos que habrá un cámping. Y el elegido es... ¡Burdeos! Vemos una indicación para un cámping. ¡Estamos salvadas! Y encima, la lluvia ha amainado. ¿Qué más se puede pedir? Decidimos que al día siguiente visitaremos la ciudad tranquilamente y sin lluvia (aún conservábamos la esperanza). Llegamos al cámping, donde había menos ambiente que en un entierro, y buscamos una plaza ni muy alejada ni muy cercana de otras tiendas. Empezamos a montar la tienda lo más rápido posible porque nos quedamos sin luz solar (recuerdo que no llevábamos cámping gas), pero el suelo está tan mojado que no queremos ponerla tal cual o acabaremos con una neumonía. Menos mal que sí llevábamos... ¡bolsas de basura! Ponemos una primera capa "protectora" y... cae la noche. Montar una tienda de campaña con la luz de la linterna y de los móviles sólo se lo recomiendo a los más intrépidos. Y vuelve la lluvia... Con la satisfacción del trabajo bien hecho y tan empapadas como encanadas de la risa, nos empieza a entrar el hambre. Pero... ¡si no llevamos sillas! ¡Y llueve a cántaros! Cargamos con los bártulos (platos, cubiertos, vasos, fuet, queso, pan, tomate...) y vamos a mendigar a la recepción para que nos dejen sentarnos ahí para cenar. El recepcionista no sale de su asombro y nosotras apenas podemos comer de la risa que nos da la situación, sobre todo cuando llegan nuevos campistas y nos ven allí, dando pena pero muertas de la risa.

Visita cultural: por la mañana nos vamos del cámping con la tienda chorreando y dejando una reserva natural de ranas bajo nuestra capa protectora; y nos vamos a ver Burdeos. Tras dar mil vueltas intentando encontrar un sitio para aparcar, dejamos el coche en un párking de "zona azul". ¿Para cuántas horas ponemos ticket? ¡Pero para todo el día es carísimo! Bah, nos la jugamos, si lo mismo no pasan... Burdeos es muy bonita, hasta cogimos el trenecito que te da una vuelta y nos comimos un helado (eso sí, con un frío de mil pares). De Burdeos recuerdo vagamente una historieta con un niño que era "nuestro hijo", algo de unos auriculares... y muchas risas. Cuando nos cansamos de la ciudad volvimos a casa, es decir, al coche, para decidir cuál sería nuestro siguiente punto: aún nos quedaba un día de vacaciones. Como souvenir de Burdeos nos llevamos una multa (que nunca pagamos): obviamente sí pasaron a controlar el ticket.

Crisis: puede que mis compañeras de viaje no la sufrieran, pero lo dudo. Tras varios días en la carretera delirando y riendo (muchas veces por no llorar) y sabiéndonos víctimas de los caprichos de la condensación atmosférica, yo empecé a desesperar. Estábamos volviendo hacia la península, así que nuestro rumbo era "hacia abajo" pero sin saber dónde caeríamos muertas. Al final optamos por la misma máxima que nos guió cuando empezamos a subir en el mapa: conducimos hacia abajo hasta que pare de llover, y ahí que nos quedamos. Pero después de más de 6 horas de volante y con todo el cansancio encima (y puede que el mal olor, porque creo que en Francia ni nos duchamos) la idea de conducir un "poco" más y dormir en nuestra cama calentitas y no en una tienda de campaña que estaba lista para escurrir se volvió muy tentadora...

Volvemos a la carga: ¡Pero no podíamos rendirnos! Si no habríamos fracasado: ¿terminar las vacaciones 24 horas antes de lo previsto? ¡Antes muertas! No sé cómo surgió la idea, fue algo como Oye... ¿¡y si vamos a un pueblo en fiestas!? Nos pareció un planazo a las 3, aunque no podíamos creer el grado de locura que habíamos alcanzado en tan pocos días. El cansancio desapareció y nos embargó un sentimiento mezcla de emoción y nervios: habíamos perdido la cabeza. ¡Síiiii! ¿¡Qué pueblos hay ahora en fiestas!? ¿A qué nivel del mapa estamos? ¿Por Navarra? Utilizamos el comodín del público para llamar a la persona adecuada que nos dio la solución y... nos desviamos hacia TUDELA.

No pares, sigue, sigue: ¡Esta fiesta no termina! Aparcamos, nos hicimos con un pañuelo rojo para mimetizarnos con el entorno y cenamos un kebab que me supo a gloria. ¡Los pueblos en fiestas son lo mejor! Nos metimos en un círculo humano en el que no podías parar de correr, bailamos en la calle, bebimos, nos reímos muchísimo y nos hicimos una caricatura para inmortalizar el momento. Dormimos en el coche como benditas. A la mañana siguiente nos despertó una fanática del pueblo: llevaba todos los complementos necesarios para ser la perfecta peñista (pañuelo, gorro, recuerdos de la romería...) ¡hasta se había pasado a ver a la virgen del pueblo! Cuando descubrimos que la fan número 1 de Tudela era nuestra amiga... decidimos que era el momento oportuno para terminar el viaje.

FIN

Moraleja: Empezar un viaje a priori "planeado" y terminar haciendo kilómetros como cosacas para acabar en un pueblo de Navarra en fiestas el mismo día en que has estado en Burdeos... ¡no tiene precio y merece ser contado!

Moraleja 2: Si os pasa algo similar, recordad que al mal tiempo, buena cara. ¡Fue un viaje memorable!

Recorrido original: en morado.
Recorrido improvisado: azul, rojo y amarillo.
Despertarse en Burdeos y acostarse en Tudela en fiestas... ¡no tiene precio!

2 comentarios:

  1. Menuda aventura!!! Por como lo has explicado he sido capaz de visualizarlo e imaginármelo! jaja. Un saludo, nos leemos!

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    1. Sí, fue toda una odisea... pero mereció la pena! :D
      Hasta pronto!

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