25 de septiembre de 2014

Integrarse en Bélgica

Si alguna vez visitáis Bélgica y comenzáis a ver gente joven vestida con túnicas feas y sucias, o llevando gorras tan extrañas como horrendas (a menudo con una visera de 20 cm de largo)... No os asustéis, es totalmente "normal". ¿Y por qué digo "normal" y no normal? Es una larga historia...

Manneken-Pis con la toga y la penne de la FPMS
(Facultad Politécnica de Mons)
Hace ya 4 años aterricé en el que sería a partir de entonces el país en el que me siento casi como en casa: Bélgica. Hasta poco antes no sabía nada de Bélgica, excepto que su capital era Bruselas y que el Parlamento europeo estaba allí. Sí, muy mal. Para cuando me fui allí de Erasmus al menos había aprendido que hacen buenas patatas fritas, que son conocidos por sus mejillones (moules) y que el país estaba dividido en dos, lingüísticamente hablando. Llegué allí de rebote: mi idea era aprender a hablar francés en mi último año de carrera; París habría sido mi primera opción, pero había mucha competencia y mis notas no estaban entre las mejores, así que opté por un destino más pequeño y asequible: con pocas plazas y desconocido para que nadie lo solicite y auto obligarme a hablar francés. Y así fue que me planté en Mons, una mini ciudad estudiantil muy mona pero muy desierta (los fines de semana). Aunque mi plan de conocer a pocos españoles se fue al garete (ya comenté que poco importa el destino, siempre hay muchos españoles).

El caso es que yo iba decidida a aprender francés, así que me junté con los españoles pero, sobre todo, me junté con los belgas. Esto fue posible gracias al azar que hizo que me alojara en una residencia llena de ingenier@s belgas y algunos españoles que en seguida me pusieron al tanto de una especie de "prueba" que había que pasar para asistir a muchas fiestas de belgas (información que recabaron de un estudiante belga muy majo que se lo aconsejó con creces). Dicha "prueba" consistía en una integración y se llamaba bleusaille, ni más ni menos. Esta prueba (o bleusaille) no está restringida a los estudiantes nacionales, ni mucho menos, pero es casi desconocida a los extranjeros. O les parece tal locura que ni se les pasa por la cabeza hacerla. Es una prueba de larga duración y, en el principio mismo, me recordaba a las que tienen que pasar los universitarios de EE. UU. para acceder a las fraternidades (sí, eso que tanto se ve en las películas). Digo de larga duración porque había que superar 2 o 3 semanas (depende de la facultad) muy duras, y digo que me recordaba a las fraternidades porque sólo habiendo superado dicho período como bleu (es decir, el estudiante que afronta las pruebas) tienes acceso a un montón de ventajas (no sólo las fiestas, sino también intercambio de apuntes, clubes de radio, cerveza más barata, descuentos en viajes organizados...).

Así que allí estaba yo, resuelta a superar esas 2 semanas fatídicas aunque sin saber muy bien por qué (a lo mejor por la filosofía de "lo que empiezo, lo termino" o tal vez por ganas de ver qué había al otro lado de tanto sufrimiento). Cada facultad de cada ciudad belga tiene sus integraciones y sus normas y sus pruebas, pero coinciden en algunos puntos:
- Durante 2 o 3 semanas los bleus deben esforzarse por aprender los cantos de su facultad
- Deben tratar con respeto a todos los poils y plumes (los estudiantes que ya han sobrevivido a la integración y que llevan al menos un año de universidad), sin importar la facultad, y aprenderse el nombre de aquellos con quienes ya ha tratado. Se dirigirá a ellos siempre diciendo "Bonjour Poil Fulano" o "Bonjour Plume Mengana"
- Irán vestidos/disfrazados de acuerdo a las directrices que reciban el primer día y llevarán colgando un cartel de cartón en el que se indique su nombre, apellido, edad, carrera universitaria, facultad y regional a la que pertenece (esto último puede no existir en todas las facultades)
- Deben vender todo tipo de elementos (bolis, lápices, alfombrillas para el ratón, reglas, chucherías, pegatinas, trapos, llaveros abrebotellas, etc.) que les son administrados por la "fraternidad" y recaudar el máximo dinero posible (cuanto más dinero ganas, mejor te tratarán a la hora de recontar las ganancias)
- Deben soportar todo tipo de humillaciones, peticiones, pruebas y gritos por parte de los poils y plumes

Nuestra fraternidad se dividía en 4 "regionales" y te tocaba en una u otra dependiendo de dónde vinieras, pero esto no quería decir que no pudieras relacionarte con las personas que no estuvieran en tu misma regional. Puesto que nosotros éramos un grupo de españoles y éramos Erasmus (y, por lo tanto, atravesamos fronteras) nos pusieron en la regional Frontalière. Esto quiere decir que, además de los cantos de la facultad y vender todo lo que he dicho antes, había que aprenderse los cantos de nuestra regional y vender sus zarrios también.

Sin embargo, una vez que se nos asignaba la regional, lo primero de todo era ser apadrinado o amadrinado. Tu(s) padrino(s) y/o madrina(s) se encargaría(n) de ayudarte, guiarte, explicarte cómo son las cosas, darte ánimos y motivarte para que llegaras al final de la bleusaille. Todo esto sin desvelar el gran secreto del día del bautismo... (aunque a veces te dan pistas). Para encontrar un padrino y/o madrina, o varios (no hay límite), tienes que subirte a un cajón enorme de madera, con tu cartel de cartón colgado al cuello y gritar cuáles son tus cualidades, decir que estás súper motivado para hacer la bleusaille y por qué. Tienes que venderte, vamos. En este caso el número de padrinos no importa mucho (claro que es mejor tener varios que uno solo) ya que lo que más prestigio te dará será el número de estrellas en su gorra (cuantas más estrellas, más veterano y respetado es). Nosotros conseguimos 5 padrinos (ninguna madrina, lo cual fue duro para mí ya que los otros españoles eran chicos), no porque fuéramos lo que todo estudiante belga quiere, sino porque nos pusieron de oferta. Sí, como lo oís: apadrinar cuesta unos 15€ por bleu a cada padrino, por eso quieren asegurarse de que han hecho una buena compra. Nuestro grupo de Erasmus éramos 5, y nuestros padrinos pagaron 15€ por todos (o sea, unos 3€ por cada uno...). No es necesario decir que ningún belga tenía muchas esperanzas puestas en nosotros (aunque se equivocaron porque ¡terminamos como unos campeones!).

Con el apoyo de tus padrinos/madrinas, tu regional asignada y tu cartel colgando del cuello ¡ya estás listo para empezar el sufrimiento! (quiero decir, ¡la integración!) Las semanas que seguirán tendrás un horario fijo pero compatible con tus clases (de hecho es obligatorio asistir a clase durante la bleusaille). Básicamente consistía en: a primera hora de la mañana (las 6 a.m.) tienes que ir a la radio de la facultad para bailar al ritmo que te pidan, hacer la conga y, a veces, comer crêpes. Después había que ir a clase. Sobre las 12 p.m. tienes que reunirte en la puerta de la facultad politécnica (que es donde yo "me integré") y formar una fila con el resto de tu regional; te dan un bocadillo y te llevan hasta el local que tu regional utiliza como sede, allí dedicas las horas siguientes a aprenderte y practicar los cantos regionales pertinentes. Al finalizar, debes dirigirte a la residencia (siempre en fila y cantando) y a las 15 p.m. comienza otra ronda de cantos (los comunes a toda la facultad). Podrías pensar que a las 17 p.m. ya eres libre pero, en el caso de que no haya ninguna actividad organizada, debes dedicar la tarde a vender todos los artículos inútiles que te han dado y a estudiar los cantos hasta conocerlos de memoria. A veces, sin embargo, había actividades organizadas que podían ser de dos tipos: un suplicio o algo guay (aunque casi siempre eran una mezcla de ambas). Entre las actividades "suplicio" había elección entre: la tarde deportiva (que terminaba siendo algo guay y divertido) o la tarde de "imitaciones" (que también terminaba siendo entretenida). Como actividades "guays" se contaban una salida a la piscina, donde se organizaban juegos de agua; la soirée fillot-parrain (fiesta ahijado y padrino) que era al principio de la bleusaille y se consagraba a pasar una buena tarde acompañado de tus padrinos jugando a juegos de mesa o a meterte en un disfraz de sumo y hacer lucha (inofensiva); el méchoui, que al principio era una actividad suplicio pero resultó ser una divertida barbacoa en el monte; o el concurso roi/reine de bleus (que resumiré diciendo "concurso de beber cerveza). Seguramente olvide algunas más, pero estas eran las principales (claro que también varían en función a la facultad). A excepción de los días en que la actividad ocupaba toda la tarde, el resto de días estaba bien visto que fueras al bar de la residencia (donde se concentraban todos los poils y plumes) a seguir vendiendo, a memorizar sus nombres y a soportar (en mi caso) que te pidieran cantar La Cucaracha hasta las 12 a.m., que era el toque de queda para los bleus.

A lo mejor puede no parecer tan horrible como dije que sería. Es porque no quiero asustar a nadie y porque todavía no he explicado qué pasaba durante el ramassage... El ramassage tenía lugar 2 tardes por semana, sobre las 8 p.m. Era el momento en que los poils y plumes te ponían más a prueba: ¿cuánto has vendido? ¿conoces los cantos? ¿cómo me llamo?... Todo esto acompañado de gritos, lloros, cantos, voces afónicas (de tanto cantar, en el caso de los bleus, o de tanto gritar, en el caso de los poils/plumes). Tenía lugar en una gran sala llena de mesas, en cada una de las cuales había un comité regional o, simplemente, unos enviados especiales que conocían bien los cantos y te hacían pasar el "examen". Si habías vendido bien, si conocías los cantos que te pedían y sabías los nombres de las personas, no tenías problema; te darían más cosas para vender y libre. Pero si no vendías bien, si no sabías los cantos ni los nombres... entonces era lo peor. Como extranjera nunca fueron demasiado crueles conmigo, pero mirando a mi alrededor (cuando podía) veía vasos de cerveza volar por las cabezas de los bleus, amenazas de cortar el pelo a las chicas (nunca eran verdad) o gritos que me hacían sentirme en algún lugar mezcla del servicio militar y un campo de concentración. Lo "normal", vamos.

Todo este suplicio, por supuesto, era voluntario. Había muchísimos bleus que lo dejaban; algunos el primer día, y otros casi al final. Era durante el ramassage o después de este cuando más bleus decidían irse. Yo sé por qué me sometía a ello: aprender el idioma y conocer a belgas para practicarlo, pero también por curiosidad por la cultura y por ganas de formar parte de algo que no existe en absoluto en nuestro país. Esto es, un folclore estudiantil de locos. Una vez pregunté a un amigo por qué lo hizo y, obviamente, sus razones fueron muy diferentes de las mías. En general, los belgas lo hacían un poco por tradición (sus padres lo habían hecho, por ejemplo) e imagino que también por las fiestas que se montaban... Éste en particular me dijo que lo hizo para superar su timidez.
Una cosa que me gustó de la bleusaille, sin embargo, fueron los principios que se "inculcan" a las chicas. Puesto que nuestra integración era en una facultad de ingenieros, había tan pocas chicas como os podáis imaginar. Y es por esto que hacían tanta piña e insistían tanto en conocer a las nuevas bleuses y que las nuevas las conocieran a ellas. Durante la bleusaille nos prohibían maquillarnos o ponernos guapas porque los chicos debían valorarnos por lo que éramos y no por cómo nos vistiéramos o arreglásemos. Por desgracia, cuando todo terminó me di cuenta de que a cada año se veía a las nuevas chicas como una amenaza, como rivales. Claro que no todas eran así, pero me dio pena darme cuenta de que, terminada la bleusaille, ellas mismas no se aplicaban los criterios algo feministas que nos habían exigido.

Tras dos semanas interminables, después de mucho sufrimiento y también muchos momentos divertidos, llegaba la prueba final: el último día, el bautismo. La noche anterior se dedicaba la tarde/noche a hacer una fiesta con bailes, cantos, chistes... en la que todos participaban y nadie sufría. Al final de esta velada, todos los bleus y los poils/plumes togés (los jefes del cotarro) subían al escenario y, con el resto de estudiantes, cantaban conmovidos la canción de la facultad. Recuerdo sentirme muy emocionada aquella noche, por el ambiente que había y porque ¡lo había conseguido! En 24 horas estaría bautizada (aunque no sabía qué quería decir aquello) y completamente "integrada". En el camino ya había hecho varios amigos y tenía muchas ganas de "estar al otro lado" y conocer a más gente. Durante esta fiesta nos felicitaron, nos dijeron que lo habíamos conseguido y que en unas horas todo habría terminado. ¡Ya me sentía como si todo hubiese terminado! Pero también nos previnieron de que el bautismo sería el peor día de todos y que nada de lo que pudiéramos imaginar sería tan malo como la realidad...

El último día tuvimos que disfrazarnos, y empezamos un desfile con el resto de facultades de la ciudad. Durante dicho desfile, que duró varias horas, teníamos que cantar mejor que nunca y más alto que cualquier otra vez. Nos sometían a todo tipo de pruebas asquerosas para las papilas gustativas y terminamos al pie de la colegiata, cantando (cómo no) el canto de la facultad. Después a las chicas se nos llevaron corriendo, mirando al suelo mientras sólo escuchábamos gritos. En momentos así el valor de un apretón cariñoso en la mano era lo único que podíamos decirnos para transmitirnos ánimos; recuerdo tomar la mano de muchas chicas aquella tarde. El día del bautismo las plumes me llevaron aparte y me dijeron: "Hoy será el peor día de tu vida, nada de lo que ha pasado durante estas semanas ha sido tan horrible como lo que te espera. Pero sé fuerte y aguanta, en unos minutos habrá acabado". Yo me reí un poco, nada podía ser peor que aquel desfile, que los ramassages y las pruebas a las que habían sometido a todos los locos que se atrevieron a llegar al final de la bleusaille...
Me equivoqué.
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Hasta aquí puedo leer, o más bien escribir. Juré sobre la penne (esa gorra horrenda) que jamás revelaría el secreto y, ¿de qué sirve conocer una cultura si después se traicionan sus creencias?
No obstante, fue una muy buena decisión y en ningún momento me arrepentí. Ahora, mirándolo con la perspectiva de varios años atrás... me digo que aquello es una locura y que están majaras, pero me alegro de formar parte de ello y de haber tenido la oportunidad de conocer tantas costumbres del país y de vivirlas como si fueran mías propias. Sin duda no me esperaba todo lo que me aportaría una bleusaille (aún más teniendo en cuenta que no sabía lo que era). Si desde un principio me hubieran dicho en qué consistía (y cómo terminaba) jamás se me habría ocurrido meterme en semejante "fraternidad". Da miedo y tal vez a vosotros también os parezca que es peor que la mili. No estáis equivocados pero... para mí fue toda una experiencia y la oportunidad de hacer amistades que aún conservo. Tan sólo hay que comprender que forma parte del folclore estudiantil belga, que, por cierto, lleva más de 175 años de historia... Y es que, ¡no siempre tenemos la oportunidad de adentrarnos en los caminos más desconocidos de la cultura de nuestro país de acogida!
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Para más información, podéis visitar esta página (aunque solo está disponible en francés).

23 de septiembre de 2014

Como un pájaro

Odio todo lo que tenga que ver con despegar los pies del suelo -ya sea por mar o por aire- así que odio volar, aunque por suerte he superado bastante mi miedo a los aviones (porque hubo una época en que entraba en pánico con la mínima turbulencia). Sin embargo, la crisis de los 25 (o lo que sea) y las ganas de vivir una experiencia inolvidable me embarcaron en un viaje de altura.

Como (casi) todos los viajes memorables, surgió de una proposición a la que las amigas nos apuntamos sin darle muchas vueltas. Oye, ¿no os gustaría hacer parapente? ¡Sí! ¡Eso hay que hacerlo al menos una vez en la vida! Así que, tras unas búsquedas en Groupon, concertar una fecha, ponernos de acuerdo en la altura de la que saltaríamos y reservar un albergue la noche anterior al viaje, nos fuimos hacia el Valle del Tena para hacer parapente (que, dicho sea de paso, no teníamos muy claro ni cómo funcionaba).


Haríamos el descenso desde Panticosa a las 9 de la mañana, por lo que dormimos en Biescas (para que el madrugón no fuera tan duro -aunque sí lo fue...). Hasta la noche anterior no fui consciente de lo que iba a hacer (al contrario que mi padre, para el cual estaba loca) y al acostarme comencé a pensar en todo lo que no sabía sobre el parapente: ¿te tiras al vacío desde un precipicio? ¿lleva un motor? ¿tienes que correr? ¿hará daño al aterrizar? y, la peor pregunta de todas: ¿qué pasa si algo sale mal? A la mañana siguiente aquellas dudas y miedos se habían multiplicado y habían adoptado la forma de unos nervios/estrés/ganas de hacer pis/carne de gallina/calores de hiperventilación que fueron acrecentándose conforme nos acercábamos al punto de encuentro. Ay, ay, ay... ¿En qué nos hemos metido? Cuando los monitores llegaron en su 4x4 para subirnos hasta la montaña de la que despegaríamos yo pensaba que nada me podría calmar, así que empezamos a hacer bromas y todo tipo de preguntas (algunas estúpidas y otras muy pertinentes, que conste) conforme subíamos. Unos 40 minutos después llenos de baches y aplastamiento en el coche, disfrutando de las vistas, solo podía pensar "Si el paisaje es bonito desde el coche, va a ser una pasada desde el cielo". Y los nervios se me quedaron en el camino.

Feliciana al poco de despegar
Hasta que llegamos. Bajaron las velas o alas (o como se llame) y empezaron a desplegarlas en una pendiente (por suerte no demasiado pronunciada) mientras nos explicaban cómo iba a ser el despegue. Tenéis que correr todo lo que podáis colina abajo, y alzaremos el vuelo muy suavemente. ¿¡Correr lo más deprisa que podamos!? ¿¡Y si resbalo por la hierba mojada y me caigo!? Entonces yo te ayudaré a levantarte rápido (respuesta que no me tranquilizó tanto como el monitor esperaba). Nos ponen los arneses, un casco (que yo pienso, ¿para qué? si te la pegas el casco no hace nada y si no te la pegas pareces un paleto en las fotos), una mochila y te atan a la vela. Ya no hay vuelta atrás. Mira, tienes que correr lo más rápido posible hasta esa piedra, y si al llegar te digo "¡corre!" tú sigue corriendo, pero si te digo "¡para!" tienes que frenar en seco porque habré visto algo que no me guste en el ala. Vale (¿vale? Ay madre mía, ¿y si me caigo antes de llegar a la piedra? ¿y si al llegar a la piedra me dice "para" y yo no puedo parar o me resbalo y el viento nos eleva y salimos volando con un problema en el ala?)... "¡Corre!".

Y eché a correr colina abajo, sin resbalarme, sin caerme y sin pensar en la piedra. En seguida los pies se me levantaron del suelo y solo pude coger aire de la impresión (que estaba más en mi cabeza que en la realidad). No me esperaba que fuera a ser un despegue tan suave, aunque todos los pensamientos mal rolleros regresaron cuando me di cuenta de dónde estaba y colgada de qué. Por suerte el monitor me dio conversación en seguida y pude disfrutar de un paseo súper tranquilo, sentada por los aires, disfrutando de las vistas, sintiendo el frescor del Pirineo en la cara con un viento a 6845 kilómetros por hora. He de reconocer que como deporte de riesgo da tanto miedo como montar en pony. Hasta me sentía una abuelilla sentada cómodamente y avanzando despacito por el aire mientras sobrevolaba un Milano (para los que no lo sepan, como era mi caso, es un ave rapaz) y veía patos a lo lejos, en el pantano. Es impresionante sentirte como un pájaro, sin nada que se interponga entre la tierra y tú mismo. Claro, el vuelo así se hace incluso un pelín aburrido, así que me dieron algunas vueltas, cambios bruscos de dirección y aceleramientos... ¡Me río yo ahora de las montañas rusas!

Haciendo unos giros no muy fuertes... (para el monitor)

Sobrevolamos un pantano, un valle, un ave rapaz, un pueblo y aterrizamos tan suave que apenas me di cuenta de que estaba ya en tierra. Supongo que el aterrizaje depende de dónde estés, en mi caso fue sobre un campo de fútbol así que solo tuve que levantar las piernas y dejarme deslizar con el culo (que va protegido por una mochila casi tan larga como yo) un par de metros. Y después el ala del parapente cae delante de ti suavemente, te levantas y no tienes palabras para explicar la experiencia. Te dices que ha sido muy corto (yo pasé en el aire unos 15 minutos, pero me parecieron menos de 10), muy suave, muy emocionante (sobre todo con los giros), muy fácil, muy seguro y muy bonito.

Es una experiencia que sin duda repetiría y, aunque sé que no da miedo, ni vértigo, ni se grita, ni se sufre, seguro que volvería con nervios, pensando en la ladera que hay que correr, si me voy a caer, si las cuerdas tendrán un problema. Es gracioso pensar que la parte donde más adrenalina se siente (al menos según mi experiencia) es cuando todavía estás con los pies en el suelo. Sólo vuelas durante unos minutos, que se hacen muy cortos, así que no merece la pena pensar en que algo podría ir mal. ¿Cuántas veces puedes volar sintiéndote como un pájaro, disfrutando tranquilamente del paisaje? No merece la pena malgastar ni un segundo con miedo, el paisaje es demasiado bonito para eso. Se lo recomiendo a todo el mundo.

Sanas, salvas y felicianas después de aterrizar


Si estáis en este tema tan pez como yo, aquí van algunas aclaraciones en lo que respecta al parapente:

- No te tiras por un precipicio al vacío: corres por una colina y remontas vuelo poco a poco
- No da vértigo ni miedo. Lo único que da mal rollito es pensar que estás colgando de un trozo de tela a cientos de metros de altura. Lo mejor es obviar este hecho y disfrutar de las vistas.
- Todas las vueltas, cambios bruscos de dirección y emociones "fuertes" se hacen bajo tu consentimiento. Antes te preguntan y, si lo que quieres es disfrutar de un viaje tranquilo, basta con decirlo.
- Lo he descrito como un paseo de abuelos, porque al ser el primer vuelo nos lo hicieron muy tranquilo. Pero claro, ellos se adaptan al gusto del consumidor, si quieres marcha... bajas rapidísimo con tanto giro y con esa impresión de tener el estómago al revés. Pero si no, es muy agradable y relajante.
- Al parecer hay muchas "federaciones" que no son legales, así que antes de ir aseguraos de que están inscritas en donde corresponda, certificando que todo está en regla.
- Ellos suelen aconsejarte qué ropa llevar, pero por lo general se necesita: ropa abrigada, botas de trekking o deportivas, gafas de sol (nosotras no las echamos de menos, por ejemplo) y guantes.
- Se puede utilizar una cámara de fotos propia y, si no, los monitores suelen ofrecerte la oportunidad de contratar fotos que hacen con sus cámaras Go Pro. Claro que si tienes una, eso que te ahorras.
- El parapente, como la mayoría de deportes de este tipo, es bastante caro... (digamos que tirarse desde 1000 metros cuesta alrededor de 90€). Por eso es interesante buscar en Groupon ofertas que lo hagan un poco más asequible si no sois unos ricachones.
- Si estáis pensando en practicar un deporte de riesgo pero no queréis empezar demasiado fuerte, ¡el parapente es la respuesta!

Y dicho  esto solo me queda desearos...

 

                       


¡Buen vuelo!

4 de septiembre de 2014

Los mejores (y más baratos) sitios para comer en París

París, la cocina francesa, baguette por aquí, crêpe por allá... Oh là là, todo refinamiento y elegancia. Y de repente, ¡cataplún!, nos damos de narices con el precio. Demasiado bueno para ser barato. Y es que la comida francesa es excelente, pero todo tiene un precio. Pero si vosotros, como yo, disfrutáis de una buena comida (y a ser posible contundente); si, como yo, preferís no gastaros los ahorros o el sueldo del mes en un restaurante; o si, como yo, a menudo viajáis con un presupuesto ajustado y no os podéis permitir La Tour d'Argent... aquí os dejo mi lista de los mejores sitios (y más baratos) para comer en París cuando se viaja con un presupuesto ajustado:


Au P'tit Grec

Comenzamos por un clásico de los habitantes parisinos. Seamos sinceros: habéis venido a París y una cosa está clara: ¡no podéis iros de aquí sin haber comido una crêpe! Las hay por todas partes de la ciudad, dulces, saladas, caras, menos caras... (Casi) todas estarán deliciosas, pero ninguna lo estará tanto ni os saciará como las que cocinan en este pequeño restaurante de la Rue Mouffetard. Si os dejáis caer por aquí, es posible que tengáis que esperar un poco, pues las colas que se forman a veces llegan a la otra acera, pero merecerá la pena (y es que su reputación lo precede, son las mejores crêpes de París). Además de una excelente calidad y un tamaño más que aceptable por el precio que se pide (alrededor de los 5€ o 6€), el servicio es muy agradable y la localización es perfecta: situado en una calle muy frecuentada y animada, con bares a buen precio y ambiente agradable; y a menos de 5 minutos andando del Panteón y de la mezquita. Lo único malo es que no tiene WC.

Tribal Café

Pocos conocen la existencia de este bar, donde se puede comer un buen plato de cuscús o de mejillones con patatas fritas por el precio de una cerveza. Sí, sí, como lo oís. Los miércoles y jueves sirven acompañando a la bebida un plato de mejillones con patatas fritas (moules frites), y los viernes y sábados un buen plato de cuscús. La pinta solo cuesta 3'5€ (2'85€ durate la happy hour), pero si venís para cenar (sirven los platos gratis a eso de as 21h) venid con una hora de antelación, ya que este bar es desconocido a los turistas, pero siempre está lleno de parisinos que buscan los planes más baratos.

Bouillon Chartier

Al contrario que el anterior, este restaurante es ampliamente conocido tanto por turistas como por locales, lo cual no implica que sus precios sean elevados. Presenta una gran variedad de platos típicos franceses (del tamaño de tapas) a un precio muy asequible. El interior está decorado como un tren antiguo, haciéndonos olvidar la época en la que vivimos. Eso sí, suele estar abarrotado por lo que las colas para entrar son habituales y no es de extrañar que os sienten en la misma mesa que unos desconocidos. Puede parecer una falta de intimidad, pero ¡muchos aprovechan esto para establecer conversación con los vecinos! Por desgracia, debido a sus dimensiones y su gran afluencia, los camareros no se detienen mucho tiempo en cada mesa y, mi teoría es que algunos platos no los cocinan en el momento, sino que los recalientan...


Ama Dao

Este pequeño restaurante está a las afueras de París, por lo que su situación no es la más práctica si solo se viene por unos días y con el tiempo justo para ver los monumentos más importantes. Pero si os perdéis por Levallois o, simplemente, queréis probar uno de los mejores bobuns de París, no dejéis de venir. El servicio es muy agradable, los ingredientes son frescos y el precio es asequible: por 10€ podréis comer un saludable plato vietnamita. Si bien el restaurante es muy pequeñito, sus platos no lo son tanto.

Sahil

Este restaurante indio-paquistaní tiene una decoración horrorosa, pero no os dejéis engañar por las apariencias. Una vez dentro y sentados en las sillas cuyo plástico no ha sido retirado completamente, podréis pedir platos copiosos por 6€, grandes vasos de lassi por 3€ y menús por menos de 10€.

Flam's



Es una cadena (hay 4 o 5 en toda la ciudad) en la que se presenta un plato típico de Alsacia: la flammekueche. Es una especie de pizza rectangular y muy fina. En sus orígenes consistía en una fina capa de pan que se metía al horno para comprobar la temperatura de este. Posteriormente, se añadieron otros ingredientes (cebolla, bacon, nata, champiñones...) y empezó a servirse como plato. En este restaurante se puede elegir el menú (¿una sola o buffet libre?) y los precios son razonables (especialmente si se contrata el buffet libre, pues por menos de 15€ el camarero te trae flammekueches hasta que dices basta). No es tal vez la comida más sana (suelen llevar una base de nata o crema fresca) pero es perfecto para descubrir la gastronomía alsaciana a un precio reducido.

Chez Gladines

He de reconocer que me atrevo a recomendar este popular restaurante vasco a pesar de no haber estado (todavía)... No obstante, todas las opiniones de amigos y conocidos apuntan en la misma dirección: raciones enormes, buen precio y mejor calidad. Cuando abrieron el primer restaurante, tuvo tanto éxito que unos años después se vieron obligados a abrir otros más en la capital gala. Aun así, es frecuente hacer un poco de cola (y es que los restaurantes con raciones abundantes son más bien pocos por estos lares).


Y de postre...

Maison Berthillon

Un helado de la heladería más mítica y reconocida de París: la maison Berthillon. Muchos lo consideran el mejor helado de París y he de decir que ¡están deliciosos! Está situada en pleno centro de la ciudad, en la Isla de St Louis (la cual está repleta de heladerías) y aunque no son los más baratos... merece la pena hacer la cola para después disfrutar de su sabor contemplando Notre Dame desde algún puente cercano. ¡Atención! Si vais durante el verano es posible que estén cerrados por vacaciones...

Y con esto y un bizcocho, os deseo... BON APPÉTIT !